La dispepsia es la incapacidad, más o menos habitual, para hacer una buena digestión. La digestión se convierte en un proceso lento y pesado, apareciendo síntomas como el exceso de gases, acidez, molestias gástricas, dolor en la boca del estómago, sensación de plenitud etc.
Las causas son muy variadas, por lo que se debe hacer un estudio ante la repetida aparición de estos síntomas. Su origen no siempre obedece a problemas en el estómago, ya que puede ser debida a una patología de la vesícula biliar o del páncreas, los cuales se encargan de segregar ácidos, enzimas y hormonas para la digestión. En otras ocasiones, la causa es una úlcera, una gastritis, un reflujo, etc.
A veces, otras enfermedades ya diagnosticadas son las responsables de este cuadro, como sucede con la diabetes o los trastornos tiroideos.
Las intolerancias alimentarias también hay que tenerlas en cuenta. Por ejemplo, algunas personas toleran mal la leche, por lo que su ingesta puede ser la causante de la dispepsia en estos casos.
El estrés, la ansiedad, los malos hábitos alimenticios, como comer muy deprisa y casi sin masticar, abusar de las bebidas carbonatadas, el exceso de alcohol, café o té, las comidas grasas, el famoso picoteo, que no deja descansar el estómago, la ingestión de medicamentos y un largo etcétera, forman parte de la lista de posibles causas.
Para intentar evitar o disminuir la dispepsia, se ha de controlar, en la medida de lo posible, la ansiedad y el estrés, comer despacio, masticando bien los alimentos, no abusar del agua en las comidas, evitar los atracones, las comidas grasas y los alimentos que sabemos que nos sientan peor, descansar unos minutos después de las comidas -evitando largas siestas- y no picar entre horas.
Si con todas estas medidas no se mejora, conviene buscar ayuda médica y recurrir al especialista en aparato digestivo.